Lo breve y condensado, decía Thomas Mann hablando de Chéjov, puede superar en intensidad artística a lo grande. Si lo dice Thomas Mann, tan amante de lo grande, ¿cómo no creerle? Lo cierto es que muchas veces lo grande no es sino una en ampulosa dimensión de lo banal. Me acuerdo ahora de una película —¿de Colomo?— en la que un Resines desgraciado en amores se entregaba con fruición a pintar cuadros grandes, muy grandes... En el arte, y también en la vida, no es raro confundir los términos. (Derivan estas fútiles digresiones de la lectura de “El silencio”, un breve poema de José Cereijo. Digresiones que no pretenden comentar el poema: se conforman con merodear a su alrededor.) El silencio genera mucha literatura, quién sabe si demasiada. Hay algo en él que imanta. Y si unas veces parece que todo nos habla, otras parece que todo es silencio. Lo que importa, calla... y pertenece al silencio, postula el poema de Cereijo. ¡Cuántas imprecaciones no arrancó el silencio! El silencio de Dios, por ejemplo. Incomoda el silencio lo mismo que si cayéramos por un pozo sin fondo. Y a veces, incluso, hablamos para que no se oiga el silencio. Pero gracias a que no siempre logramos lo deseado, puede que seamos más felices. Releo el poema y anoto lo obvio: el poema dice lo que dice, y calla lo que calla: el poema habla y calla. Pero bastan sus escasos versos para poner en marcha la rueda de las palabras, esas palabras que se multiplican como absortos espejos, y en las que nos miramos al desgaire por si acaso nos reconocemos en ellas. Para apuntalar estas destartaladas palabras, sirvan de contrafuerte las del prólogo de Enrique García-Máiquez, que ubican con precisión la poesía de Cereijo: «Entre los dos polos —un clasicismo nihilista y un romanticismo rebelde, consciente y, en último extremo, orgulloso de la inutilidad de su afán— se sostiene el entramado de esta poesía, que nos interpela y conmueve». Interpela y conmueve. ¡Benditas sean las conjunciones copulativas! EL SILENCIO Calla la vieja muerte hospitalaria, JOSÉ CEREIJO JOSÉ CEREIJO, Antologia personal |
19.1.13
“El silencio”–Un poema de José Cereijo
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12.1.13
Un poema de Augusto dos Anjos
Augusto dos Anjos murió joven. Su estancia nesta terra miserável, como escribiera él mismo, discurrió entre los años 1884 y 1914. Brasil fue su patria y el portugués su lengua. Publicó un único libro: Eu (Yo), en 1912. Gracias a ese libro es “el poeta más editado, leído y amado” del Brasil, según Ángel Guinda, su traductor. En la exhaustiva Antología de la poesía brasileña (1973), Ángel Crespo, después de considerar “imperecedera” la obra de Augusto dos Anjos, dedica estas palabras al poeta: “Es extremadamente curiosa su figura de profesor que, durante su corta vida, emigra constantemente de un Estado a otro del Brasil y se siente presa de un indefinible hastío vital. Y mucho más curiosa resulta la mezcla de provincianismo cultural y sentimientos sublimes de que da muestra en sus versos.” Coincidiendo con el centenario de la aparición de Eu, la editorial Olifante publicó el año pasado una selección de poemas (sonetos casi todos) traducida por Ángel Guinda. Selección que es anticipo de otra más amplia y futura. Las razones para esta dedicación al vate brasileño las expone claramente Guinda: “Me interesa la poesía de Augusto dos Anjos por la audaz originalidad de su léxico, su perfeccionismo formal, su musicalidad; pero sobre todo por el dramatismo desgarrador de su meditativo contenido atormentado, lleno de honda tristeza, pesimismo lúcido y digna resistencia; por su didactismo moralizante, por la autenticidad y cósmica elevación de los sentimientos que transmite, por su acercamiento al animismo y por su dialogo interior con las fuerzas de la Naturaleza.” Copio a continuación uno de los poemas a mi parecer más desolado y más desolador de todo el volumen.
¡Ya ves! Nadie asistió al formidable ¡Asume ya el desprecio que te espera! ¡Coge fuego y enciende tu cigarro! Si a alguien causa dolor tu herida abierta, AUGUSTO DOS ANJOS AUGUSTO DOS ANJOS Yo. Antología breve Selección y traducción de Ángel Guinda Zaragoza: Olifante. Ediciones de Poesía, 2012 |
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