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17.12.13

Geografía humana [La carta de Gazel a Ben-Beley –XXVI– en las CARTAS MARRUECAS, de Cadalso]

Las Cartas marruecas son un libro póstumo; no se atrevió Cadalso a publicarlo en vida. [...] Las Cartas marruecas son un anticipo de Larra y de Costa. Esa cancelación del pasado en que Cadalso insiste, ¿no es la misma renunciación al ensueño pretérito de que nos habla el pensador aragonés? Después de José Cadalso y Vázquez vendrá Mariano José de Larra.

Todavía falta algo para llegar a la honda crítica de Fígaro. En Cadalso vemos simplemente al observador; en Larra –merced a la revolución romántica– contemplamos la personalidad del artista, la individualidad del yo, frente a todo lo demás, frente a la sociedad. Y en esa lucha estriba lo dramático, lo intenso, lo emocional de Larra, que en Cadalso no existe.


Azorín, Lecturas españolas

Cadalso intenta caracterizar a sus personajes, pero no insiste demasiado en ello, porque le interesa más la censura de las costumbres que la verosimilitud de la ficción. Por eso no recarga su obra con detalles de más o menos falso orientalismo, y el lector ve oscurecerse, entre nieblas, estas figuras imaginarias de Gazel y Nuño para advertir ante sí, en el proscenio del libro, al soldado que fue cantor de Filis y a él solamente. A veces este desdoblamiento de Cadalso le obliga a defender el pro y el contra de una cuestión. En esos casos, su pensar íntimo coincide con la opinión de Nuño en quien, según se advierte por detalles muy expresivos, quiso ocultarse siempre el propio autor.

Una de las notas que la crítica ha subrayado como característica de Cadalso es su patriotismo. Este sentimiento es en toda su obra evidente. Amor a la patria consciente y perspicaz; no del que reputa lo mejor, lo único conocido, sino del que discierne las virtudes y los defectos de España y desea ardientemente la sacudida que ponga en fuga la inercia, la atonía española. Cadalso comprende que ‘el amor a la patria es ciego, como cualquier otro amor…’ (Carta XLIV). A él, su patriotismo no le impide advertir la decadencia de España, que compara con una casa que se desploma, en una página admirable. Sin embargo, y a pesar de todo, cree en la posibilidad de una redención y apunta los remedios.

Para Cadalso, la vida de España está unida a la institución monárquica. Su monarquismo es un culto. Y para él, nuestros mejores reyes fueron Isabel y Fernando –creadores de la unidad nacional– y Felipe V, que ‘fue héroe y rey’. Censura acremente a la casa de Austria y acusa a Carlos I de que ‘gastó los tesoros, talentos y sangre de los españoles en cosas ajenas a España’ (Carta III).

La sátira de Cadalso, grave en las Cartas marruecas y lejana de la travesura de Los eruditos a la violeta, endereza sus dardos hacia los cuatro puntos cardinales. El pueblo, los menestrales, los mercaderes, el escolástico pedante, el señorito jaque e inútil, la donemanía, el galiparlismo, las traducciones, la retribución de los cultos, la heráldica… Estos y otros muchos temas son blanco de sus ironías. Pero no se busque en Cadalso el sarcasmo cruel de Quevedo. Su burla suave y bien intencionada, aunque valerosa, no rehúsa el ataque a las instituciones ornadas de viejos prestigios; por ejemplo: la nobleza, las supersticiones religiosas. Así, su crítica de la aparición de Santiago en Clavijo, que atrajo la atención de Azorín, es característica de aquel siglo XVIII, siglo de Moratín, de Forner, de Jovellanos, de Feijoo, de Masdeu, espíritus independientes, críticos, agudos, valerosos.

Azorín observa también la modernidad de la crítica de Cadalso al censurar muchos defectos del siglo XVIII que aun hoy perduran. [...] Pero aunque en algún aspecto, la crítica de Cadalso sea hoy actual en conjunto, es muy de su tiempo y de su época. Así, las ideas del amante de Filis, se elevan sobre el plano del amor a la patria para llegar a conceptos de humanitarismo típicos del siglo XVIII. Las Cartas marruecas están empapadas de este espíritu de humanidad, de esta categoría ética...


Juan Tamayo Rubio, prólogo a la edición de Cartas marruecas

Carta XXVI
Del mismo al mismo
[De Gazel a Ben-Beley]

Por la última tuya veo cuán extraña te ha parecido la diversidad de las provincias que componen esta monarquía. Después de haberlas visitado, hallo muy verdadero el informe que me había dado Nuño de esta diversidad.

En efecto; los cántabros, entendiendo por este nombre todos los que hablan el idioma vizcaíno, son unos pueblos sencillos y de notoria probidad. Fueron los primeros marineros de Europa, y han mantenido siempre la fama de excelentes hombres de mar. Su país, aunque sumamente áspero, tiene una población numerosísima, que no parece disminuirse con las continuas colonias que envía a la América. Aunque un vizcaíno se ausente de su patria, siempre se halla en ella como se encuentre con paisanos suyos. Tienen entre sí tal unión, que la mayor recomendación que puede uno tener para con otro es el mero hecho de ser vizcaíno, sin más diferencia entre varios de ellos para alcanzar el favor de[l] poderoso que la mayor o menor inmediación de los lugares respectivos. El señorío de Vizcaya, Guipúzcoa, Álava y el reino de Navarra tienen tal pacto entre sí, que algunos llaman a estos países las provincias unidas de España.

Los de Asturias y las Montañas hacen sumo aprecio de su genealogía, y de la memoria de haber sido aquel país el que produjo la reconquista de toda España con la expulsión de nuestros abuelos. Su población es sobrada para la estrechez de la tierra, hace que un número considerable de ellos se emplee continuamente en Madrid en la librea, que es la clase inferior de criados; de modo que si yo fuese natural de este país y me hallara con coche en la corte, examinaría con mucha madurez los papeles de mis cocheros y lacayos, por no tener algún día la mortificación de ver un primo mío echar cebada a mis mulas, o a uno de mis tíos limpiarme los zapatos. Sin embargo de todo esto, varias familias respetables de esta provincia se mantienen con el debido lustre; son acreedoras a la mayor consideración, y producen continuamente oficiales del mayor mérito en el ejército.

Los gallegos, en medio de la pobreza de su tierra, son robustos; se esparcen por la península a emprender los trabajos más duros, para llevar a sus casas algún dinero físico a costa de tan penosa industria. Sus soldados, aunque carecen de aquel lucido exterior de otras naciones, son excelentes para la infantería por su subordinación, dureza de cuerpo y hábito de sufrir incomodidades de hambre, sed y cansancio.

Los castellanos son, de todos los pueblos del mundo, los que merecen la primacía en lealtad. Cuando el ejército del primer rey de España de la casa de Francia quedó arruinado en la batalla de Zaragoza, la sola provincia de Soria dio a su rey un ejército nuevo con que salir a campaña, y fue el que ganó la victoria de donde resultó la destrucción del ejército y bando austríaco. El ilustre historiador que refiere las revoluciones del principio de este siglo, con todo el rigor y verdad que pide la historia para distinguirse de la fábula, pondera tanto la fidelidad de estos pueblos, que dice serán eternos en la memoria de los reyes. Esta provincia aún conserva cierto orgullo nacido de su antigua grandeza, que hoy no se conserva sino en las ruinas de las ciudades, y en la honradez de sus habitantes.

Extremadura produjo los conquistadores del nuevo mundo, y ha continuado siendo madre de insignes guerreros. Sus pueblos son poco afectos a las letras; pero los que entre ellos las han cultivado, no han tenido menos suceso que sus compatriotas en las armas.

Los andaluces, nacidos y criados en un país abundante, delicioso y ardiente, tienen fama de ser algo arrogantes; pero si este defecto es verdadero, debe servirles de excusa su clima, siendo tan notorio el influjo de lo físico sobre lo moral. Las ventajas con que la naturaleza dotó aquellas provincias, hacen que miren con desprecio la pobreza de Galicia, la aspereza de Vizcaya y la sencillez de Castilla; pero como quiera que todo esto sea, entre ellos ha habido hombres insignes que han dado mucho honor a toda España; y en tiempos antiguos, los Trajanos, Sénecas y otros semejantes, que pueden envanecer el país en que nacieron. La viveza, astucia y atractivo de las andaluzas las hace incomparables. Te aseguro que una de ellas sería bastante para llenar de confusión el imperio de Marruecos, de modo que todos nos matásemos unos a otros.

Los murcianos participan del carácter de los andaluces y valencianos. Estos últimos están tenidos por hombres de sobrada ligereza, atribuyéndose este defecto al clima y suelo, pretendiendo algunos que hasta en los mismos alimentos falta aquel jugo que se halla en los de los otros. Mi imparcialidad no me permite someterme a esta preocupación, por general que sea; antes debo observar que los valencianos de este siglo son los españoles que más progresos hacen en las ciencias positivas y lenguas muertas.

Los catalanes son los pueblos más industriosos de España. Manufacturas, pesca, navegación, comercio y asientos, son cosas apenas conocidas de los demás pueblos de la península, respecto de los de Cataluña. No sólo son útiles en la paz, sino del mayor uso en la guerra. Fundición de cañones, fábricas de armas, vestuario y montura para ejército, conducción de artillería, municiones y víveres, formación de tropas ligeras de excelente calidad, todo esto sale de Cataluña. Los campos se cultivan, su población se aumenta, los caudales crecen y, en suma, parece esta una nación a mil leguas de la gallega, andaluza y castellana. Pero sus genios son poco tratables, únicamente dedicados a su propia ganancia e interés. Algunos los llaman los holandeses de España. Mi amigo Nuño me dice que esta provincia florecerá mientras no se introduzca en ella el lujo personal y la manía de ennoblecerse los artesanos: dos vicios que se oponen al genio que hasta ahora los ha enriquecido.

Los aragoneses son hombres de valor y espíritu, honrados, tenaces en su dictamen, amantes de su provincia y notablemente preocupados a favor de sus paisanos. En otros tiempos cultivaron con suceso las ciencias y manejaron con mucha gloria las armas contra los franceses en Nápoles y contra nuestros abuelos en España. Su país, como todo lo restante de la península, fue sumamente poblado en la antigüedad, y tanto, que es común tradición entre ellos, y aun lo creo punto de su historia, que en las bodas de uno de sus reyes entraron en Zaragoza diez mil infanzones con un criado cada uno, montando los veinte mil otros tantos caballos de la tierra.

Por causa de los muchos siglos que todos estos pueblos estuvieron divididos, guerrearon unos con otros, hablaron distintas lenguas, se gobernaron por diferentes leyes, llevaron diversos trajes y, en fin, fueron naciones separadas, se mantuvo entre ellos cierto odio que, sin duda, han minorado y aun llegado a aniquilarse; pero aún se mantiene cierto despego entre los de las provincias lejanas; y si esto puede dañar en tiempo de paz, porque es obstáculo considerable para la perfecta unión, puede ser ventajoso en tiempo de guerra por la mutua emulación de unos con otros. Un regimiento todo aragonés no mirará con frialdad la gloria adquirida por una tropa toda castellana, y un navío todo tripulado de vizcaínos no se rendirá al enemigo mientras se defienda uno lleno de catalanes.


José Cadalso (1741-1782), Cartas marruecas. Edición, prólogo y notas de Juan Tamayo y Ribo.
Madrid: Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos), 6ª ed., 1971.

1 comentario:

Juan Poz dijo...

Hay un libro de john Dos Passos, "Rocinante vuelve al camino" en que se defiende la misma tesis, la del prodigio de que un país con tantísima diversidad se haya mantenido unido tanto tiempo. Quizás ese, y no otro, sea el auténtico "milagro español" que ahora algunos se empeñan en desacralizar. De todos modos, en el vicio que señala Cadalso a hemos caído, porque el espíritu industrioso catalán tradicional ha sido substituido por el subvencionismo esquilmador de quienes se mantienen en el poder manteniendo a quienes les defienden, en un auténtico círculo vicioso y malversador.

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