En El relato del peregrino, la singular autobiografía de Ignacio de Loyola, se narra una anécdota que da una idea cabal de su bravía juventud. Pues, yendo por su camino, le alcanzó un moro, caballero en un mulo; y yendo hablando los dos, vinieron a hablar en Nuestra Señora; y el moro decía que bien le parecía a él la Virgen haber concebido sin hombre; mas el parir quedando virgen no lo podía creer, dando para esto las causas naturales que a él se le ofrecían. La cual opinión, por muchas razones que le dio el peregrino, no pudo deshacer. Y así el moro se adelantó con tanta prisa, que le perdió de vista, quedando pensando en lo que había pasado con el moro. Y en esto le vinieron unas mociones que hacían en su ánima descontentamiento, pareciéndole que no había hecho su deber, y también le causan indignación contra el moro, pareciéndole que había hecho mal en consentir que un moro dijese tales cosas de Nuestra Señora, y que era obligado volver por su honra. Y así le venían deseos de ir a buscar el moro y darle de puñaladas por lo que había dicho; y perseverando mucho en el combate de estos deseos, a la fin quedó dubio, sin saber lo que era obligado hacer. El moro, que se había adelantado, le había dicho que se iba a un lugar que estaba un poco adelante en su mismo camino, muy junto del camino real, mas no que pasase el camino real por el lugar. Ignacio de Loyola, El relato del peregrino Barcelona: Editorial Labor (“Las Ediciones Liberales”), 1973 |
19.6.13
El protojesuita, el moro, la concepción inmaculada y la mula… (Fragmento de “El relato del peregrino”, de Ignacio de Loyola)
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1 comentario:
Se obstina la mula y se obstina el hombre, más terco que aquélla, en prodigarse donde no es necesario, en obsequiarse a quienes le denigran, anulan y someten. Con todo, es de justicia reconocer a las religiones, sobre todo a la cristiana, la puntillosa tarea de adoctrinamiento, que acabó consiguiendo la inefable resignación del creyente para con su destino, que no es otro que soportar la tremenda gravedad del mundo sobre sus fuertes hombros, que es lo mismo que aguantar en dudoso equilibrio la iniquidad de la injusta jerarquía: necesaria (la jerarquía) pero injusta.
Poned, poned la otra mejilla, que yo pondré mi mano sobre ella... Gran logro de la estructura de poder para que el rebaño siga balando y esperando el cielo de los corderos. ¿O habrá que usar, aquí, el conocido sinónimo de borrego?
Un abrazo
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