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25.5.13

«No creo en Dios» —dice Damiana Palacios

«No creo en Dios» —dice Damiana Palacios, boticaria de cuarenta años. Y habla sin gravedad, entusiasmo ni arrojo. Más que la expresión de una convicción, la afirmación revela una manera de estar en el mundo; equivale a manifestar: «La cuestión de la existencia divina no me interesa».
Empero, Damiana cree en la quiromancia, en la cartomancia, en la oniromancia, en la uromancia, en la hidromancia, en la geomancia, en la telepatía y en toda clase de las llamadas artes notorias, que predicen y vaticinan. Parla de telekinesia, de hipnosis, de psicoquinesis, de desdoblamientos, de fenómenos ectoplasmáticos, de facultades ocultas, de ondas cerebrales, de mediums, de bilocaciones y de saberes paranormales. Una cierta Silvia Carrasco, su amiga, suele echarle las cartas, como ordinariamente se dice, y siempre descubre y anuncia lances gratos para la expectante. Feliciana Duero, también amiga, la somete a sesiones de relajación y pacificaciones. «Tus piernas no pesan; tus brazos son alígeros, no te poseen» —susurra Feliciana. Y Damiana va cerrando los ojos y abandonando el cuerpo en mecánico desasimiento. Por último, Rosario Nieto, otra amiga, examina las rayas de sus manos y le augura novedades.
Damiana no cree en Dios porque su idea le produce aburrición; tampoco le arrebatan, en verdad, estas prácticas cabalísticas; sin embargo, las realiza porque las encuentra tangibles y de prontas respuestas. Dios calla, pero Silvia, Feliciana y Rosario hablan, y su decir llena el tiempo de la mujer. «Damiana quiere un mundo elemental, hecho de cosas y percances enumerables» —ha dictaminado un tal José López Martí, su observador.
«No necesaria una vida futura para Damiana; tampoco una vida actual grave» —explicó una vez la palomita a cierto Wilhelm Heintel, chapurreando el idioma alemán. Después cohabitaron de seis maneras, bien recordadas por la concubitada.
Silvia Carrasco, la cartomántica; Feliciana Duero, la ensalmadora; Rosario Nieto, la quiromántica; Pepito Cadenas, un profesor de liceo, y Emigdio Covacho, un burócrata, son los amigos cotidianos de Damiana. Se reúnen y dicen frases de esta especie: «Mi hija tarda en vestirse»... «Mi hijo no madruga»... «Tapicé mis sillones»... «Expulsé tres alumnos de las aulas»... «Compré un perrito con su collar».
«Fulano parece una araña»: he aquí una proposición demasiado compleja para Damiana y sus amigos; expresa, en efecto, algo del mundo, y no del simple entorno, por lo cual resulta excesivamente extensa para aquellos hablantes.
Damiana y sus amigos viven en Murcia.

MIGUEL ESPINOSA, Teologiæ Tractatus [Comienzo del capítulo I de La tríbada falsaria]

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