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15.8.11

Digresiones: Bukowski, Om Kolthoum, poesía erótica del Siglo de Oro y frases para la historia…

Abúlica mañana del demediado agosto. Todavía no arrecía la calorina, pero arreciará. Hojeo el último libro póstumo de poemas  
––¿cuántos van–– de Bukowski. Poesía  narrativa, dialogada, hecha de esas pequeñas historias cotidianas ––vividas por Chinaski o imaginadas por Bukowski–– que reflejan el mundo del escritor (mujeres del pasado, visitas al hipódromo, recuerdos de la Depresión o de su trabajo en Correos, la lucha por “el siguiente minuto”…) Historias distintas que fluyen como si fueran una misma historia, casi infinita, partida en versos. L
a clave de esa abundancia tal vez esté en un poemita donde el poeta confiesa:

mientras la mayoría de la gente
lo desperdicia todo conversando
yo
lo escribo.

z

Suena en el tocadiscos una canción de Om Kolthoum, la cantante egipcia. Una canción inabarcable como una sinfonía, una canción de la que me llega, dejando aparte la de los instrumentos, la música secreta de una voz entre dulzona y desgarrada. Aunque no sé lo que dice, me seduce su manera de decirlo.

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Después de leer algunos poemas de Bukowski, hojeo la Poesía erótica del Siglo de Oro, una antología de Alzieu, Jammes y Lissorgues. Aunque relegada a la trastienda de la literatura, a la poesía erótica no le han faltado cultivadores, aunque muchos poemas nos hayan llegado anónimamente. Frente al lenguaje de frac que a veces parecen requerir ––sin requerirlo realmente–– otros temas, el poema erótico pide desenvoltura, procacidad, buen humor, frescura, rijosidad, espíritu burlón y deslenguado… En suma, alma de Arcipreste, de Hita o de donde fuere. Veamos un soneto anónimo espigado de la mencionada antología:

––¿Qué me quiere, señor? ––Niña, hoderte.
––Dígalo más rodado.
––Cabalgarte.
––Dígalo a lo cortés.
––Quiero gozarte.
––Dígamelo a lo bobo. ––Merecerte.

––¡Mal haya quien lo pide de esa suerte,
y tú hayas bien, que sabes declararte!
Y luego ¿qué harás?
––Arremangarte,
y con la pija arrecha acometerte.

––Tú sí que gozarás mi paraíso.
––¿Qué paraíso? Yo tu coño quiero,
para meterle dentro mi carajo.

––¡Qué rodado lo dices y qué liso!
––Calla, mi vida, calla, que me muero
por culear tiniéndote debajo.

“¡Admirable lección de vocabulario! ––anotan, asombrados, los estudiosos––. El soneto incluye su propio comentario.” Sin duda.

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Ordenando papeles, doy con un recorte de periódico (la fotocopia de un recorte, para ser exactos) en el que bajo el rótulo de “Frases para la historia” se recogen algunas de esas frases que, por presuponerlas fruto de  la ignorancia más que del mero lapsus, han hecho las delicias de muchos. Pionera en esas lides fue Sofía Mazagatos, quien dijo acerca de los toreros: “Me gustan los toreros que están en el candelabro”, inventando así una famosa y repetida expresión. Pero a la modelo y actriz no sólo le encandilan los toreros, los escritores también, incluso si aún no han recibido el Premio Nobel. Refiriéndose a Vargas Llosa, dijo esta frase memorable: “Me gusta mucho Vargas Llosa, pero no he tenido ocasión de leerle.” La frase es endiablada: cuantas más vueltas le doy, más profunda me parece. Misterios de la necedad. 
Terelu Campos, por su parte, cometió un lapsus, es seguro, cuando dijo que “la aspirina fluorescente es más rápida y eficaz”. No se concibe que alguien en sus cabales renuncie a decir la única palabra que, según se me alcanza, tiene cinco vocales, y todas son e: efervescente. ¿Fluorescente, efervescente? Imperdonable. Confundir el alegre bisbiseo con el tubo de luz fría.

Christina Aguilera se planteaba una duda topográfica: “¿Dónde se celebra el Festival de Cannes este año?”. Y Yola Berrocal, que acaso tenía un verano tonto y estaba alarmada por la creciente corrupción, dijo: “Qué calor, qué soborno.” Aunque la frase más poética, más  azul, y que me recuerda a un cuento de García Márquez, quizás la dijera Rocío Jurado: “Llovía muchísimo, parecía el Danubio universal”.


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